
En sus experimentos, Huganir y sus colegas produjeron un trauma en ratones aplicándoles una descarga eléctrica a la vez que hacían sonar un ruido específico. Tras la experiencia, los ratones reaccionaban quedando inmóviles con sólo escuchar el tono. En los circuitos nerviosos de la amígdala -la parte del cerebro relacionada con el miedo-, los científicos detectaron que se había producido un aumento en la actividad de ciertas células nerviosas. Y examinando las proteínas antes y después de la exposición al sonido en la zona, identificaron que ciertas proteínas llamadas AMPARs estaban relacionadas con el recuerdo que causaba miedo a los roedores. Al eliminarlas, se borraba también el recuerdo asociado al trauma.
“La posibilidad de borrar recuerdos puede sonar a ciencia ficción”, admite Huganir, que sin embargo está convencido de que dentro de poco se podrán utilizar sus hallazgos para ayudar a soldados que han vuelto de la guerra, a personas han sido víctimas de un rapto o a individuos que han sufrido alguna experiencia traumática.
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